“SIMONE
DE BEAUVOIR, LA GRAN PIONERA DEL POLIAMOR”
Simone De Beauvoir y Jean Paul Sartre
conformaron una dupla filosófica y vivieron durante 51 años en el amor libre.
Peco de anacrónica. Aunque el término
poliamor nació en la década del 70 en boca de Morning Glory Zell-Ravenheart,
líder del movimiento hippie-pagano de California, es dudoso que haya llegado a
oídos de Simone De Beauvoir y Jean Paul Sartre, quienes, por otro lado, lo
venían practicando desde el año 1930. El amor libre muta en definiciones, pero
es el mismo desde el comienzo de los tiempos, esa práctica de experimentar sexo
y amor con varias personas a la vez sin culpas, compromisos o rendiciones.
La dupla erótico-filosófica tal vez más
famosa de la historia hizo de la práctica cotidiana de la libertad un
laboratorio de la teoría existencialista. Si El segundo sexo (1949), la
"biblia feminista", desarmó la idea de mujer objeto, el poliamor
sería el corolario. Muchos años después, se escribe con letras verdes y glitter
en los cuerpos de chicas en todo el mundo: “no soy tuya”.
Porque el poliamor pone en jaque la propiedad
privada del deseo. Y si en algo es sexy el existencialismo, es en la idea de
libertad y responsabilidad individual, aunque la bajada a lo real traiga muchos
problemas. ¿Funcionan las relaciones libres? La teoría filosófica, que generaliza
la condición humana, no se puede meter en la cama a dirimir emociones mamíferas
tan comunes como los celos y la posesividad. Y tal vez por eso la monogamia
sigue siendo elegida -en el mejor de los casos conscientemente- por la mayoría.
Se conocieron en París en 1929, siendo
estudiantes, ella tenía 21 años y él 23. Demasiado jóvenes para resignar el
sexo, pero intuitivos de que la relación venía para largo (estuvieron 51 años
juntos, hasta la muerte de Sartre, mucho más de lo que suele durar cualquier pareja
en la actualidad), y acordaron jurarse lealtad de otro modo. Se comprometieron
a la “fidelidad” de un “amor necesario” sin prohibirse vivir “amores
contingentes”. Dice Karine Tinat en Biografía ilusoria de Simone de Beauvoir:
“Sartre no tenía la vocación de la monogamia; se complacía en la compañía de
las mujeres, que le parecían menos cómicas que los hombres; no se lo ocurría a
los veintitrés años renunciar para siempre a la seductora diversidad”. Con un
¿desliz? de machismo y las cosas claras, comenzaron las aventuras.
Beauvoir decía que su relación abierta con
Sartre era "el único éxito indiscutible su vida". Aunque luego las
miradas entrometidas vinieran a sentenciar que no, que se la veía llorando por
los bares parisinos sin consuelo cuando Sartre atendía a otra querida. ¿Quién
no ha llorado por (des)amor? Podríamos responder. ¿Quién no ha derramado
lágrimas por machismo (propio o ajeno)? La actitud de ciertos
maestros-paternalistas permite el derecho a la duda: ¿accedió por voluntad y
deseo, o fue arrastrada al amor libre deseando íntimamente que el admirado
filósofo fuera solo para ella? El contrapunto con el par latinoamericano se
hace inevitable. Frida Kahlo y Diego Rivera también tenían una pareja flexible,
pero en los diarios de la pintora puede leerse el sufrimiento desgarrador entre
y sobre líneas, que llegó al paroxismo cuando Diego conquistó a su propia
hermana.
Para Deirdre Bair, biógrafa de la escritora,
De Beauvoir era "servil" con Sartre. ¿No alimenta este argumento la
idea de que las mujeres ceden ante el deseo de los hombres, pero que ellas
mismas no pueden disfrutar del sexo libre?
"Ahora mucha gente no entiende cómo es
posible el poliamor sin morir de celos. Bien, la relación de Sartre y Beauvoir
a mí me parece un éxito: estuvieron juntos 50 años, pero vivían con otras
personas. Se veían todos los días para trabajar juntos, leerse mutuamente y
hablar sobre sus ideas. Eran la persona más importante el uno para el otro. Una
relación de escritores", comenta en una entrevista la escritora Sarah
Bakewell, autora de En el café de los existencialistas (Ariel).
En su primera obra de narrativa La invitada
(1943) Beauvoir plantea con gran agudeza un triángulo amoroso que cuestiona el
modelo burgués de pareja y familia. La chica en cuestión es motivo de
fascinación e intriga, y este tema lo retomaría en otros libros. Bisexual y
exploradora, tuvo que enfrentarse con los prejuicios sexuales de su época:
porque no importa cuán de derecha o de izquierda fueran los intelectuales que
la rodeaban, el enfrentamiento a la mirada de los otros y al qué dirán siempre
estuvo presente.
La condición que tenían -no siempre
obedecida- era contarse todo. Demasiado se habla de las amantes jóvenes, las
estudiantes groupies de Jean Paul, menos de ese amor apasionado de Simone que
fue Claude Lanzmann, el cineasta y periodista por los años ‘50, cuando él tenía
27 y ella 44. Trabajó con Sartre en Les Temps Modernes, la famosa revista
francesa y, derribando el mito de que los amantes compiten entre sí, este chico
Lanzmann se convirtió en amigo y secretario de Sartre y en amorío de Beauvoir.
"Nuestro trío no era una especie de orgía. Cada uno tenía sus días con
ella", explicó el documentalista años después. Cuando salieron a la luz
las cartas entre ellos, la “pasión loca”, de una energía voraz, se dijo con
todas las letras.
"Mi amor, yo no sabía que el amor podía
ser así. A Sartre lo amo, cierto, pero sin verdadera reciprocidad; y sin que
nuestros cuerpos tengan algo que ver", escribía la enamorada en su segunda
juventud de los 40.
Sentimentalidad y amor romántico eran parte
del discurso de esta intelectual feminista proaborto. Las palabras de amor
eterno (“soy tu esposa para siempre”, le escribió a Lanzmann) vibraban a la par
de esa teoría descomunal que, en su desarrollo, criticó todos los absolutos: la
institución matrimonial, la maternidad obligatoria y los lugares de encierro
que condenaran a las mujeres a la sumisión. Conciencia de libertad infinita
(aunque prácticamente imposible), igualdad de género (como balanza perfecta),
socialismo (poliamor de igualdad de clase) fueron invocados en la letra y
atravesaron la vida con dolor, sexo, amor y dos obras completas que quedaron
para la historia.
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