“LUCETTA
SCARAFFIA, LA VOZ FEMINISTA QUE INCOMODÓ AL VATICANO DESDE ADENTRO”
La intelectual italiana logró exponer durante
siete años la posición de inferioridad que sufren las mujeres en la Iglesia a
través del suplemento femenino del diario del Vaticano.
Hace unos años, Lucetta Scaraffia (71) fue
invitada a dar una charla en su parroquia, San Roberto Bellarmino, en Roma.
Después se quedó a cenar con los cinco sacerdotes de la iglesia. Allí se
percató de un detalle: las cuatro monjas ecuatorianas que limpiaban y servían a
los curas comían en una habitación aparte. Se preguntó por qué y le
respondieron que "en Navidad sí que se sentaban juntos”. Para muestra de
desigualdad, solo basta una escena como esa.
Scaraffia es la misma mujer que desde el 2012
dirigió "Donne Chiesa Mondo", el suplemento femenino de L’Osservatore
Romano, diario oficial de la Santa Sede. Se declara abiertamente feminista, fue
atea durante muchos años, y hasta marxista. Con este currículum, no es difícil
preguntarse cómo logró hacerse un lugar en el tradicional Vaticano. Durante
estos siete años logró lo inimaginable: tocar las heridas de la Iglesia y
recordar la posición de inferioridad en la que se encuentran las mujeres en
esta institución.
La semana pasada abandonó su puesto junto a
toda la redacción denunciando presiones internas para silenciarlas. Le envió
una carta al papa Francisco para anunciarle que tiraban la toalla porque se
sentían rodeadas de un clima de desconfianza y de des legitimización
progresiva. Hasta el momento, no tuvo respuesta.
"Tratadas
como sirvientas"
El suplemento de Scaraffia incomodó
especialmente al Vaticano en dos ocasiones. La primera, en marzo del 2018,
cuando en un número sobre el trabajo de las mujeres expuso las condiciones
deplorables de muchas monjas en la Santa Sede, que son tratadas como sirvientas
por cardenales y obispos. “Después de publicar eso, sentí muchas miradas y
algunos me venían a decir ‘¡yo trato muy bien a las que limpian!’”, explica,
con una fina ironía. La segunda vez fue este febrero, semanas antes de la
cumbre contra los abusos sexuales a menores. Publicó un valiente editorial que
denunciaba los abusos sexuales a las religiosas y obligó al Papa a reconocer
por primera vez este fenómeno.
“Los siete años que hemos escrito fueron muy
buenos. Hemos vivido en autonomía y libertad. La idea maligna que me venía a la
cabeza era que no contábamos absolutamente nada”, afirma Scaraffia, cuya
renuncia generó gran revuelo. “Eso me gustó. Significa que importábamos”.
Un
pasado intelectual y feminista
La intelectual italiana creció con una rígida
educación católica en Turín, pero dejó de ir a misa cuando empezó la
universidad y se acercó al movimiento feminista de los setenta. Se casó con 23
años, y anularon el matrimonio dos años más tarde. Luego tuvo una hija con un
profesor separado, con el que nunca se casó, que conoció mientras profundizaba
en la historia de las mujeres. Sí pasó por el altar con su actual marido,
primero por lo civil y luego por lo religioso.
Mientras enseñaba en la Universidad de la Sapienza
de Roma, viviendo cerca de la Basílica de Santa María de Trastevere, volvió a
ir a misa. La convenció el sentimiento profundo que sintió al ver a unos
feligreses transportar una antigua imagen restaurada de la virgen. Desde
entonces comenzó a especializarse en las mujeres de la Iglesia, y en el 2007,
el entonces director de L’Osservatore Romano, Gian Maria Vian, un antiguo
compañero de La Sapienza, la llamó para que empezase a colaborar con el
periódico del Vaticano. El papa Benedicto XVI le había pedido más firmas
femeninas, y ella era la figura idónea. Unos años más tarde fundó el suplemento
femenino, “un laboratorio intelectual formado por mujeres elegidas en base a
afinidad intelectual”.
El pensamiento de Scaraffia es considerado
desde muchos puntos de vista conservador porque no defiende que las mujeres
deban ser sacerdotes. Opina que ellas deberían ocupar más lugares de
responsabilidad como consejeras, prefectas (ministras) o incluso cardenales,
porque dice que no está escrito en ningún lugar que sólo los curas puedan
convertirse en purpurados. “Soy feminista, pero pienso que podemos lograr la
igualdad siendo diferentes a los hombres”, subraya. También cree que el aborto
no debería ser penalizado –aunque mantiene que es un pecado– y critica que la
Iglesia está demasiado centrada en la teología y no mira la vida real. “El 70%
de los católicos no sigue sus preceptos sobre el control de nacimientos”.
La
renuncia
En el suplemento que dirigía, Donne Chiesa
Mondo, todo parecía ir bien hasta que llegó el nuevo prefecto de la
Comunicación del Vaticano, Paolo Ruffini. “La nueva gestión quiere controlarlo
todo. Ruffini nos hizo saber que la fiesta se había acabado”, acusa Scaraffia.
El nuevo prefecto nombró a su propio director de L’Osservatore, Andrea Monda,
que, siempre según la versión de ella, pretendía participar en las reuniones de
redacción y decidir los temas. Monda ha negado cualquier intención de
controlarlas. “Nuestra preocupación fue una alarma cuando a finales de marzo
publicaron en el periódico un artículo sobre el documental de la televisión
francoalemana Arte sobre los abusos a las monjas”, relata Scaraffia. El
reportaje es un viaje detallado, un trabajo de años, que amplía la denuncia que
ya había hecho ella en febrero. “Decía que era exagerado, y que ‘no había sido
elaborado según un pensamiento cristiano’. Evidentemente era una des
legitimización de nuestra línea editorial, y una declaración de guerra. No
podíamos continuar”. Así que todas las integrantes del suplemento, incluyendo
su directora, renunciaron en bloque. Sólo permanecieron en sus puestos dos
redactoras, pero porque habían sido contratadas por L’Osservatore. Ahora
Scaraffia, con su pensión de profesora, terminará un libro sobre sexualidad y
continuará colaborando con otros medios.
“Me han llegado a definir como una
manipuladora de hombres. ¡A mis casi 71 años!”, afirma entre carcajadas.
Scaraffia siempre critica que las empleadas son seleccionadas por criterios de
obediencia. ¿Queda alguna libre? “No creo...”, contesta tajante. “Pero la
Iglesia está llena de mujeres extraordinarias. Querer a una institución es
querer que cambie”.
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