“EL ABANICO: ¿ARTE,
ARMA O ELEMENTO DE SEDUCCIÓN?”
Ese mismo objeto, que hoy puede remitir casi únicamente a un
uso elegante y hasta seductor, también funcionó como arma.
Cuenta una leyenda que, durante un baile de máscaras que se
celebró hace más de 4.500 años, la hija del mandarín Kan-Si agitó muy rápido su
antifaz para darse aire y calmar el calor: ese fue el puntapié inicial de la
milenaria tradición del abanico en China. Otra historia asegura que "el
emperador amarillo" Huang Ti usaba abanicos en su palacio y que cada año,
cuando los gansos salvajes volaban sobre la Gran Muralla China hacia el Sur y
dejaban caer sus plumas en los alrededores, disponía a sus hombres en la zona
para recolectarlas y hacer con ellas flechas y abanicos junto a varillas de
bambú.
Lo cierto es que el origen exacto de este artefacto común y
distinguido es incierto y se pierde en el espacio y el tiempo: mientras en
Egipto los hacían grandes, con plumas y largos mangos, en las citas literarias
de los griegos y romanos aparecen como accesorios para espantar moscas e
insectos.
Siglos más tarde, si nos remontamos a otros lugares como
España, eran usados por las mujeres con rodetes y mantillas e, incluso, las
cortesanas desarrollaron con ellos una forma de comunicación a la distancia en
los bailes de alta sociedad. Pero es en China donde se convirtió en uno de los
íconos más característicos de su cultura: presente en sus representaciones
teatrales y ceremoniales, era usado como un exponente artístico, un cuadro
portátil e, incluso, un depositario de poemas.
Ese mismo objeto, que hoy puede remitir casi únicamente a un
uso elegante y hasta seductor, también funcionó como arma. Narra otra leyenda
que un emperador de la dinastía Qing hizo un viaje de incógnito por el sur de
su imperio para conocer cómo vivían sus habitantes. Fue vestido de forma
corriente y entre sus ropas solo llevaba un abanico para defenderse. A medio
camino entre folklore y realidad, el abanico se asoció a lo marcial: pequeño y
manejable, no parece un arma, pero puede ser usada como tal. Fue durante la
ocupación mongol en China cuando los campesinos que practicaban las técnicas
del tai chi chuan de los monjes taoístas o el kung fu de los monjes de Shaolin
debían simular sus entrenamientos y convirtieron las técnicas marciales en
movimientos de bailes tradicionales, reemplazaron las lanzas por palos
adornados con cintas y los movimientos de espada los hacían con sombrillas o
abanicos (se golpea con el mango cuando está cerrado y cuando está abierto,
corta con las puntas). Más recientemente, el maestro Li Deyin fue el encargado
de "rejuvenecer" esta práctica y creó una secuencia que reúne los
distintos movimientos con abanico del tai chi chuan, que popularizó su hija
Faye Yip.
Al repasar la historia del abanico, se puede ver cómo un
mismo objeto existe y se usa según la construcción cultural que lo rodea.
Cambia su finalidad y hasta su forma de uso según las necesidades, ya sea para
ahuyentar mosquitos y combatir el calor, como para seducir o pelear. Pero en
ningún caso está escrito en el objeto para qué sirve o por quién debe ser
usado: el abanico -como cualquier objeto- no lleva consigo una distinción de
género. Como tampoco la tiene un auto o una muñeca, los bloques para armar
castillos o la cocinita para preparar la cena. Ninguno de los colores definidos
e incluidos en el sistema de definición cromática creado por la empresa Pantone
tiene, en su concepción, un "destino" de género (por ejemplo, que el
rosa esté "destinado" a las chicas). De la misma manera, la
diferencia biológica no tiene por qué ser la base para construir una
desigualdad social que aliente a las nenas a ser enfermeras o especialista en
recursos humanos y a los varones, a estudiar finanzas o ingeniería. Las
etiquetas y los preconceptos vienen de la mano de la cultura. Y nosotros somos
los únicos que podemos cambiarlas.