“LA
FELICIDAD DE LAS SOLTERAS”
Algunos estudios indican que aporta más
bienestar, la mirada social (todavía) la condena, la libertad de levantarse a
cualquier hora la dignifica. Sole Castro Virasoro relata un momento mágico en
la soltería.
¿Para cuando el compañero o la compañera? En
mesas familiares, y más aún para estas fechas, se pone el estado civil sobre la
mesa (el de las mujeres, por supuesto). En favor de la soltería, y para
respuesta a las abuelas, madres y tías insistentes, durante los últimos años
algunos estudios pusieron a la felicidad del lado de la soltería. Uno del año
2017 publicado en The Telegraph planteó que el 61 por ciento de las mujeres
solteras están contentas como están. Y este índice de bienestar aumentaría con
la edad.
¿Y en el día a día? Porque no somos
simplemente un número de satisfacción. Aquí una de las tantas experiencias luminosas
de estar soltera sin apuro.
Era un domingo de primavera con un sol que
invitaba a salir y se me ocurrió comprar unas flores para las macetas de mi
ventana, que se habían pasado todo el invierno con los cadáveres de las plantas
que murieron cuando me fui de vacaciones el verano pasado. Mientras Malandro,
mi gato, daba vueltas husmeando las nuevas adquisiciones y yo jugaba a la
jardinera, apareció mi vecino enfurecido desde la ventana de enfrente. Tenía la
cara desencajada, con una mano sostenía debajo del brazo a Roberto, un caniche
blanco que no paraba de coronar sus frases con un ladrido y con la otra mano me
señalaba amenazadoramente con su dedo índice que movía sin parar como si no
tuviésemos la misma edad y yo fuera una extensión de su ámbito familiar y no
una mujer independiente y autosuficiente.
“¿A ti te parece Soledad hacer este
escándalo a la hora de la siesta?”, gritaba ofendidísimo mientras agregaba
cosas como “¡mi hijo está durmiendo la siesta!”.
Para una soltera todo esto es muy difícil de
decodificar. Obviamente una soltera se despierta el domingo al mediodía, con lo
cual el concepto de horario es muy relativo. Eran las cuatro de la tarde y yo
todavía no había almorzado: en mi mundo eran las once de la mañana de su mundo.
Mientras trataba de traducir todo lo que me decía con mi diccionario
“Casado-Soltera”, pensaba también en lo siguiente: ¿por qué los casados con
hijos tienen más derechos que los solteros? Si lo pensamos bien, en realidad
ellos, los casados, ya fueron solteros, ya consiguieron la pareja, el hogar,
los hijos, el caniche toy... ¿No se supone que lograron todo lo que querían?
¿Además de tenerlo todo necesitan que nosotros los solteros seamos infelices
para elevar aún más su status?
Mientras mi vecino seguía aullando con un dedo
apuntándome a la cabeza, todavía me quedó tiempo para pensar por qué estaba tan
enojado conmigo, convencida en que no hay forma de molestar plantando flores,
salvo que fuera escuchando heavy metal a todo volumen, y entonces hice algo que
no había hecho nunca antes: me puse en su lugar.
Desde mi punto de vista Esteban y Mariana
eran la pareja perfecta. Los dos son hermosos, jóvenes, simpáticos, y a juzgar
por la casa y el auto les va bastante bien en sus carreras. Esteban y Mariana
siempre hicieron todo lo que había que hacer. Primero compraron su departamento
con habitaciones de más, previendo tener hijos. Cuando terminaron de pagar su
departamento decidieron casarse y hacer una gran fiesta para que todos los
familiares comieran hasta explotar, porque según Esteban y Mariana uno sólo se
casa una vez. Después decidieron sumar al caniche a la familia, como una forma
de práctica, para ver si ellos eran realmente compatibles y absolutamente
perfectos como padres. Claro está que, cuando tres años después nació Iñaqui,
se dieron cuenta que un hijo no es un perro y que no hay nada que pueda
prepararte para esa experiencia caótica. Allí fue cuando la pareja perfecta
comenzó a pelearse diariamente por cuestiones tan di versas como las tareas del
hogar, teorías sobre la educación del niño o temas trascendentales como la
técnica con que debe revolverse el jugo.
Mientras Esteban seguía quejándose sobre lo
mala persona que era yo, me di cuenta que lo que estaba haciendo era quejarse
con el mundo, que nunca le dijo que ser padre era tan difícil; y lo que
señalaba su dedo no era a mí, sino a mi soltería, que no hacía más que resaltar
estridentemente la pérdida de la suya.
Situaciones como estas son las que a las
solteras nos hacen pensar si la pareja y la familia son lo que realmente
queremos. Aquel domingo en particular yo me sentí más cerca de la Familia
Ingalls, entre las flores, el sol y Malandro, que este pobre energúmeno a punto
de saltar por la ventana y huir a un país sin practicunas.
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