“EMPODERADAS:
UNA SOLA FILA FRENTE A LAS PUERTAS DEL BAÑO”
Los baños unisex en espacios públicos pueden aportar a la reflexión
social sobre las identidades de género.
La mujer suele buscar el momento para cortar la charla y levantarse
para ir al baño. Porque sabe que esa excursión puede demorar más tiempo del
necesario. Es probable que se encuentre con una larga fila de personas que
aguardan su turno aún, incluso, fuera del espacio en cuestión. Se suele bromear
con el hecho de que ellas suelen ir al baño juntas; más allá de buscar sentirse
más seguras en lugares que habitualmente son más apartados, esa compañía sirve,
también, para apaciguar una espera que -dependiendo el lugar- puede estar
ambientada por aromas poco felices y pisos demasiado húmedos.
Esa acumulación de personas en línea permite saber, desde la lejanía y
sin llegar a divisar la señalización en la puerta, cuál es el baño "de
mujeres"... Porque en el de varones muy rara vez hay fila. Según una
encuesta inglesa, mientras solo uno de cada diez hombres dice tener que hacer
cola en algún baño público con frecuencia, seis de cada diez mujeres están
obligadas a hacer fila ante la misma situación.
Y esto tiene varias explicaciones: existen estudios que demuestran que
las mujeres necesitan alrededor de 90 segundos para usar el baño, mientras
ellos tardan menos de la mitad (unos 40 segundos). ¿Por qué? Simplemente porque
las mujeres tienen más razones para usar los baños, por ejemplo, para cambiarse
los productos de gestión menstrual, o cuando atraviesan diferentes etapas de su
vida reproductiva, como el embarazo o el período de la lactancia.
Pero esto no siempre se comprende demasiado: en una empresa nacional
con mayoría masculina, una profesional tecnológica y una compañera fueron
acusadas de robar papel higiénico y toallas de papel porque "tenían que
reponerlas demasiado seguido" en el baño de mujeres; ellas se vieron
forzadas a describir a sus denunciantes las razones de esa diferencia.
Bien agarrado del tabú que genera explicitar este tipo de cuestiones
higiénicas y privadas, esa demora diferencial se usó para ridiculizar a las
mujeres. Y la tardanza "extra" se asoció, también, al culto al espejo
y a la (supuesta) necesidad de "arreglarse", perpetuando el
estereotipo y reforzando la presión generada sobre ellas sobre su belleza (al
regresar del baño habría que volver con los labios retocados o el pelo
emprolijado). Pasa en las oficinas, en los eventos y congresos, en los
recitales y espectáculos, en el cine.
La iniciativa Potty Parity (algo así como Paridad en la pelela), de la
Asociación Americana de Baños, explica que "las colas de las mujeres a
menudo se ven en lugares donde los accesorios de los inodoros se asignaron de
acuerdo con códigos de construcción obsoletos". Es que el argumento de
esta igualdad "superficial", una vez más y como sucede en otros
ámbitos, deja de lado las necesidades propias de las mujeres y olvida que ese
status quo sanitario fue diseñado siguiendo patrones androcéntricos que
satisfacían principalmente las necesidades masculinas.
Tal es así que, hasta hace no tanto tiempo, en las inmediaciones de las
salas de reuniones gerenciales de algunas empresas o instituciones con claro
sesgo machista, no había siquiera baños de mujeres. O, como contó la corredora
profesional Ianina Zanazzi, los baños femeninos en los autódromos siguen
abiertos -al día de hoy- solo los fines de semana, cuando hay público o alguna
trabajadora.
Una respuesta concreta a esta cuestión son los baños unisex -una
tendencia creciente que este diario contó hace varios meses-. Que los cubículos
no tengan distinción de género no solo resuelve esta cuestión, sino que incluye
y visibiliza a todas aquellas personas que perciben su identidad de género de
manera diversa.
Mientras en la Legislatura porteña se discute una propuesta para eliminar
la obligatoriedad de que existan baños exclusivos para mujeres y para varones
en lugares de acceso público (garantizando la seguridad y privacidad de cada
recinto), así como el establecimiento de baños familiares, estas medidas
permiten transformar las percepciones sociales sobre los géneros, ya que echan
por tierra uno de los últimos espacios que separa a unos y otros tajantemente.
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