jueves, 14 de diciembre de 2017


“LOS VALORES EN LA MUJER”

Los Derechos Humanos no incluyen a los de las mujeres. La historia de los Derechos Humanos de las mujeres es muy reciente, hasta principios del Siglo XX las mujeres no comenzaron a salir de la sombra y a aparecer en la vida pública. Ni siquiera en la revolución industrial y la Ilustración propició la consideración de la mujer como ser humano igual que el hombre, de hecho, en la Revolución Francesa (1789), Olymp de Gouz fue decapitada por el atrevimiento a de pedir la igualdad de derechos para las mujeres.

En 1889, en las últimas décadas del siglo XIX se graduó Cecilia Grierson (1859-1934), la primera mujer que logra ingresar a la Universidad, primera médica argentina y sudamericana.


 El siglo XX se inició con la demanda del acceso de las mujeres a la educación. Quien podría discutir hoy el valor de la educación. Siempre digo en mis cátedras “Si tenemos libertad y educación lo demás vendrá por añadidura”.

Sin embargo, la educación fue un derecho muy negado a la mujer. Si bien es cierto, que las mujeres de las élites, tuvieron posibilidades de acceder a algunas formas de instrucción, la enseñanza que se les brindaba a las niñas, tenía relación con la religión, las manualidades, el arte culinario y en algunos casos la música. Es decir, las cosas propias del rol que desempeñaba en los hogares y en la sociedad.

En la Educación Media sucede la misma situación ventajosa para las mujeres, que no sólo se matriculan en mayor número, sino que también egresan en una proporción significativa-mente mayor que los varones.

En el Nivel Superior: Las mujeres tienen sensible desventaja en el nivel universitario. Pero es mayor la proporción de mujeres en el nivel superior no universitario.

Como conclusión, la situación educativa de las mujeres respecto al acceso y permanencia en todos los niveles del sistema educativo, no sólo está equiparada a la de los varones, sino que es ventajosa.

La diferenciación biológica de los sexos es indiscutible, pero mantener la actual discriminación socio genérica es insostenible.


La sociedad de todos los tiempos, forma a la mujer de una determinada manera, con naturales características como si fueran propias de la naturaleza femenina. Siguiendo a Beatriz Fainholc que nos plantea, respecto a la mujer, las relaciones sociales asimétricas – educación, ocupación, reconocimiento social- operantes en la vida cotidiana, en condiciones muy complejas que determinan el comportamiento de ella de un modo previsible y esquemático.

Ello nos conduce a internarnos en la peculiar temática cultural de los mitos y la mujer.

El mito es considerado como una historia sagrada y verdadera que se refiere a la realidad, revelando los modelos ejemplares de todas las actividades humanas significativas, que contribuyen a la consolidación del imaginario social. Según Mircea Eliade: es un conocimiento que es vivido ritualmente, porque es narrado y practicado. Por eso, instalado un mito, es difícil que desaparezca, por el contrario, manipulados culturalmente, se repiten. Barthes nos dice que “el mito tiene como tarea transformar una intención histórica en naturaleza, una contingencia en eternidad”. Los mitos viven a través de los cuentos infantiles, los juegos y juguetes, los textos escolares y las series televisivas.

La esencia femenina y el eterno femenino, son mitos. Si la persona es Historia como dice Simone de Beauvoir, afirmación de sí misma en el tiempo, trasciende. Todo lo contrario, aún ocurre con la mujer. La mujer pasa a trascenderse no “para sí” (como en el caso del varón), sino como un ser “para otro”. Su esencia consiste en no ser esencial. Todo esto es parte de las construcciones culturales.

La nena no recibe la misma educación del varón. Se estimula la agresividad del niño y la dulzura de la niña.


La niña repite lo que hace su mamá (que a su vez se lo impuso la abuela). Es ir incorporando una de las principales características de la femineidad: ser secundaria, aprender a servir y a repetir, no a crear.

El mundo de las mujeres escindido del mundo de los varones. Por un lado, hombres libres e independientes y por el otro lado mujeres dependientes, pasivas, débiles, dulces. La chica aprende a ocuparse de su apariencia física y a cultivarse como objeto.

Si bien estos comportamientos se relativizan, sin embargo, todavía están enraizados en nuestra cultura, y a pesar de que las mujeres ya no son amas de casa solamente, sino que pue-den ser profesionales, empleadas, comerciantes, empresarias, el segundo sexo, es secundario.

Es así, porque lo doméstico, el gineceo le pertenece, con todo y a pesar de todo, incluyendo las colaboraciones masculinas. Y si quiere ser o parecer femenina debe ser pasiva, es decir asumirse como objeto y no como sujeto. Así interesa a la cultura patriarcal. Si bien hoy muchos hogares son sostenidos por las mujeres, sea por la razón que fuere, pero la mujer aún no ha superado la constante cultural de ser la reproductora de ideologías en el ámbito familiar.

La larga lucha de las mujeres por conseguir justicia, ha logrado el reconocimiento de los derechos políticos, al menos, el derecho de sufragar, es decir el de elegir, pero todavía no ha logrado, en la misma proporción el derecho a ser elegida.


Actualmente se han producido cambios profundos en la actitud, mentalidad y estructuras: las mujeres hemos logrado salir de la esfera doméstica y entrar en el mundo profesional, educativo, etc., aunque en la esfera política sigue siendo un terreno sin conquistar. Pero este cambio obedece más a la necesidad de contribuir al sostenimiento del hogar, que, a un reconocimiento, que no ha venido acompañado ni de una redistribución de las responsabilidades fa-miliares, ni de la representación de las mujeres en las instituciones democráticas.

La baja participación de las mujeres en las estructuras económicas y políticas, se debe a las discriminaciones directas e indirectas, a las desigualdades en el mercado laboral, a las altas tasas de desempleo femenino, a las insuficientes infraestructuras sociales, a la distribución desigual del tiempo y de las responsabilidades familiares, al acoso sexual, a la violencia, a la re-producción de estereotipos distorsionados en los distintos medios, etc.

 El proceso de lucha por la igualdad efectiva de derechos de la mujer, exige un cambio pro-fundo de mentalidades y de pautas de comportamiento y acción social. La necesidad de pasar de un imaginario de oposición y confrontación, en el que predominan valores tradicionalmente considerados como masculinos, a un imaginario de alianza, flexible y cooperante, con una presencia importante de rasgos y valores considerados tradicionalmente como femeninos. Que haya de ser así no es consecuencia de una concesión graciosa y benevolente, sino de una necesidad: no se trata de hacer ningún favor ni de 'ceder' ningún territorio (anteriormente domina-do por el varón) voluntariamente. Muy al contrario, se trata de algo más serio y decisivo: si en la actualidad es posible vislumbrar un horizonte en el que, salvando las diferencias enriquece-doras, se esboza una esencial igualdad de derechos entre hombres y mujeres es, simplemente, porque las condiciones históricas que hicieron posible el dominio de aquéllos sobre éstas se están transformado (no sin titubeos y retrocesos). Y algo más: incorporar esos valores femeninos a los que aludíamos, al espacio de lo público es también una necesidad. Y una necesidad urgente. Una sociedad compleja, plural, heterogénea, que renuncia a la violencia y a la imposición, que reconoce diferentes perspectivas y posibilita el disenso y la diferencia, necesita la aportación de lo femenino que vendrá, sin duda, de las mujeres, pero también de la apertura de los hombres a esos valores femeninos.

Los principales factores negativos que han afectado a la vida de las mujeres en el mundo, como son: la pobreza, la violencia, la injusticia, la inseguridad, la deshonestidad, la desintegración familiar, la soledad, la depresión y la angustia, son  solamente algunos de los síntomas de una civilización con necesidad de un nuevo rumbo, promoviendo un modelo de mujer, que respetando su propia dignidad, luche y trabaje hombro a hombro al lado del hombre como su perfecto complemento, ejerciendo y practicando libremente la solidaridad y el amor.


¿Qué rasgos hereda la mujer de la cultura y del papel social que ha adoptado en la historia de Occidente? La idea que se tiene es de que ciertas tareas femeninas y actitudes recurrentes han dejado un sedimento que abona una serie de conductas en la mujer que se manifiesta en una excelente capacidad para hacer bien el trabajo paciente, minucioso, detallista y en general un modo de vida más reglado. Es decir, la mujer, por el hecho de estar sometida durante siglos, no se abstiene de actuar (con inteligencia) y de defenderse con sus propios medios de la imposición masculina. Su defensa no puede ser abierta ni frontal, pues la lucha sería desigual, suele ser encubierta y lateral para conseguir las mayores ventajas.                                                     

Pero, a pesar de todo lo expuesto, resulta innegable es que tanto mujeres como hombres cuando tienen ocasión imponen su voluntad de poder a los demás, de ser obedecido y de vencer cualquier resistencia, lo realizan. Nadie, independientemente de su sexo, se abstiene de dominar y de imponer su punto de vista. Si en el caso del hombre, esta tendencia dominante es justificada y más evidente, en la mujer, está más disimulada, Pero, cuando la mujer accede al poder político o financiero lo ejerce de igual modo y con idéntica fuerza que sus compañeros masculinos.

El problema profundo consiste en superar la barrera de la función reproductora y doméstica para alcanzar el equilibrio en el ámbito público. Es importantísimo la sensibilización del sector educativo y de los medios de comunicación, que siguen repitiendo los viejos modelos del patriarcado, con campañas destacando las ventajas de una política de igualdad.


Además de dar la posibilidad de elección y ascenso a cargos directivos en las instituciones, es prioritario superar la falta de autoconfianza y de autoestima en las mujeres, debida principalmente a un bagaje histórico-cultural negativo y perverso, a una educación sin referentes femeninos. Es fundamental una formación en el liderazgo y la toma de decisiones, oratoria y autoafirmación para las mujeres. Resulta absolutamente necesaria la coeducación en el sistema educativo.

En toda sociedad democrática las decisiones deberían reflejar los intereses y valores de todas las personas, es decir incluir también a las mujeres que son la mitad de los recursos humanos mundiales. Su exclusión, además de ser una injusticia, priva a la humanidad del con-curso de las ideas, del talento y la capacidad de ellas.

Los valores que sustentamos las mujeres, nos dan una visión diferente del mundo y se evidencia en el interés particular por la justicia, el diálogo, la dimensión ética de la vida pública, conciencia del valor del consenso, el compromiso, la reconciliación y la solución de diferencias, la no-violencia, habría más solidaridad, se daría una alternativa a la actual cultura de la violencia, respetando las diferencias, habría una mayor sensibilización en torno a cuestiones sociales relacionadas con la calidad de vida. La incorporación de las mujeres en todos los planos públicos y privados contribuiría a redefinir las prioridades de un país, además de plantear nuevas perspectivas para la resolución de los acuciantes problemas actuales.

La creación de un nuevo marco social e institucional que apoye la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos de la vida pública y privada es una necesidad demasiado postergada. Conseguiríamos así, un mundo más humano, más equitativo y más justo, donde mereciera la pena vivir y programas en las universidades nacionales argentinas para realizar historia de las mujeres y estudios de género, pese que, en los ámbitos académicos, continúan considerando a estos estudios como menores dentro de la investigación científica, es la conciencia de opresión también ha tocado a la puerta de las mujeres académicas” expresión de Graciela Tejero Coni, Profesora de Historia. Integrante del Área de estudios de la Mujer y de Género del Int. Sup. del Profesorado “J. V. González”.

En conclusión:

Cada uno debe convertirse en el artista que modela su propia vida, eligiendo las metas y el estilo de vida acordes con la imagen que tiene de sí mismo y un modo de vivir que nos permita convertirnos en la persona que realmente nos gustaría ser.

En vez de tratar de cambiar el mundo entero, necesitamos solamente crear un lugar don-de podamos realizarnos, donde podamos encontrar un modo de vivir que no sea impuesto por un mundo indiferente o por el azar, sino que sea obtenido por la medida de nuestro talento y la autenticidad de la decisión de desarrollar nuestras aptitudes, sean las que fueren.”

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