“POR QUÉ LA MENSTRUACIÓN
ES TAMBIÉN UN FACTOR DE DESIGUALDAD DE GÉNERO”
Más allá de la biología, los factores culturales y políticos
que condicionan nuestros cuerpos menstruantes y nos juegan en contra.
Desde que menstruamos por primera vez, un saber popular que
se sigue transmitiendo de generación en generación le hace saber a una niña que
se convirtió en mujer. “Hacerse señorita” es la frase látigo. Y, en general, se
celebra porque se entiende que la menstruación marca un pasaje a la
adolescencia e inicia cambios en el desarrollo de senos, de las curvas. Pero
ahondemos un poco más: ¿qué decimos que es la menstruación? Una preparación
para la maternidad.
Hay personas que menstrúan y pueden no desear ser madres. Hay
mujeres que no menstrúan y son tan mujer como cualquier otra, y hay personas
que menstrúan y no desean ser mujeres, como los varones trans.
La menstruación es un hecho real del cuerpo sobre el que se
sigue significando -desde la naturaleza- la condición de mujer. Y
paradójicamente, eso mismo que nos hace mujeres desde un saber popular, es algo
que debe ser ocultado muy bien de la percepción ajena. Lo ocultamos en el
lenguaje, hablando en código con eufemismos como “Vino Andrés” y también buscamos
productos de gestión menstrual que nos garanticen “protección femenina”, es
decir, ausencia de manchas y “accidentes” en público.
¿Por qué? Porque nos avergüenza. Vivir con vergüenza esa
experiencia es una construcción social que refuerza la idea de inferioridad de
las personas que nacieron como mujeres y menstrúan, que afecta de una forma
naturalizada la autoestima porque se les dice a las mujeres que sus cuerpos son
inadecuados en el ámbito social si se nota que menstrúan. Todas estas
construcciones sociales y culturales sobre la menstruación como equivalencia a
mujer, a maternidad futura y a algo sucio y/o vergonzante (tabú) son sólo un
eje para comprender por qué puede ser un factor de inequidad de género. Pero
hay otros argumentos por los que sostenemos esto mismo.
Pensemos: las instituciones públicas no están preparadas para
la necesidad de los cuerpos que menstrúan. Suele haber dispensers de
preservativos, pero no de toallas y tampones.
Pensemos que cuando hay una situación de emergencia o catástrofe,
los Estados suelen entregar pañales para bebés, pero no productos para la
gestión de la menstruación.
Pensemos que las mujeres en situación de calle, las mujeres
privadas de su libertad y las niñas, adolescentes y adultas más pobres, no
suelen tener acceso gratuito a productos de gestión menstrual.
Pensemos que la menstruación es una causa de desigualdad
económica porque quienes menstrúan pagan impuestos sobre esos productos cuando
son de primera necesidad.
Pensemos que es una fuente de desigualdad en el acceso a la
educación porque hay niñas y adolescentes que por no tener productos que
efectivamente contengan y enmascaren esa sangre faltan a la escuela en esos
días.
Pensemos que a muchas niñas aún se les transmite información
errónea, incompleta o no se les transmite información alguna sobre la
menstruación y reciben su menarca con angustia y una falta de información sobre
sus cuerpos que vulnera sus derechos sexuales y reproductivos.
Y la lista podría seguir extendiéndose. Pero es tiempo de que
el debate parlamentario trate los proyectos de ley relativos a la provisión de
una educación completa sobre la menstruación, provisión gratuita de productos
de gestión menstrual para poblaciones vulnerables, exención del IVA sobre esos
productos, investigación sobre la seguridad de todos los productos de gestión
menstrual y adecuación de los espacios públicos a esas necesidades. Estas
también son políticas públicas aún pendientes.
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